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“En todo hay una grieta, por ahí entra la luz”. ~Leonard Cohen
Cuando llega la depresión, la siento como un merodeador deslizándose por mi cuerpo. Mi pecho se aprieta, mi cabeza se llena de oscuros susurros e incluso el día parece noche. El merodeador no tiene rostro ni forma clara, pero su presencia es pesada. A veces gira en silencio dentro de mí. Otras veces me presiona hasta que no sé cómo responder.
En esos momentos, me siento atrapado entre dos opciones: ¿me quedo quieto, esperando que pase, o me levanto y lo enfrento? A menudo elijo acostarme, no por parálisis sino por paciencia. A veces la única manera de convivir con la sombra es descansar, rendirse un rato, dejar que el sueño me lleve. Y a veces, cuando me despierto, me siento un poco más ligero. No libre del merodeador, pero recordando que es posible vivir junto a él.
Carl Jung escribió una vez: «Todo el mundo lleva una sombra, y cuanto menos encarnada está en nuestra vida consciente, más negra y densa es». Sé que esto es verdad. Cuanto más trato de alejar mi depresión, más intensa se vuelve. Pero cuando traigo conciencia, incluso conciencia renuente, su poder se debilita.
La sombra como maestra
La sombra no es sólo mi enemiga. También sirve como maestro. La depresión me obliga a enfrentar las partes de mí que preferiría dejar atrás: la vergüenza, el dolor, el miedo, la ira, el descontento. Pero también conlleva verdades ocultas. Jung sugirió que la sombra contiene no sólo lo que rechazamos sino también fortalezas y posibilidades olvidadas.
Para mí, el mensaje de la sombra es humildad. Me recuerda que no tengo el management, que no puedo pulirme hasta alcanzar la perfección. Me empuja a escuchar más profundamente el dolor que llevo y las luchas que veo en los demás. Insiste en que la curación no proviene de fingir que la oscuridad no está ahí. Viene de estar dispuesto a verlo.
El budismo y el merodeador
El budismo me ofrece otra manera de ver esto. El Buda enseñó que el sufrimiento no proviene simplemente de aferrarnos a lo que anhelamos; también proviene de alejarnos de lo que no queremos afrontar. Ese alejamiento se llama aversión.
Cuando el merodeador pasa a través de mí, mi instinto siempre es darme la vuelta. Quiero expulsarlo, distraerme, fingir que no está ahí. Pero cada vez que huyo de ella, la sombra se hace más fuerte.
En meditación, practico quedarme. Me siento y respiro, susurrando en silencio: «Que pueda estar libre del miedo. Que esté en paz”. Seré honesto, a veces estas palabras parecen vacías o incluso tontas. No siempre me levantan. Pero decirlas crea una pausa, un momento de voluntad de quedarse en lugar de correr. El merodeador no desaparece, pero se ablanda un poco bajo la luz de la compasión.
La creatividad y la sombra
También descubrí que mi trabajo documental (realización cinematográfica, escritura, enseñanza) sólo es auténtico cuando reconozco la sombra. Mi cámara se convierte en un espejo. Cuando pretendo que todo es luz, las imágenes se sienten planas. Pero cuando permito que la complejidad de la sombra entre en mi visión, la obra tiene profundidad.
Cuando me siento con personas para escuchar sus historias, a menudo también siento sus sombras: dolor no expresado, miedo bajo la superficie, contradicciones en la forma en que se ven a sí mismos. Puedo reconocer esas sombras porque he vivido con las mías. Enfrentar mi propia sombra me permite encontrarme con los demás con mayor verdad y compasión.
Crear honestamente significa dejar que la sombra entre en el marco. Sin él, no hay contraste, tensión ni verdad.
El cuidado como luz
Uno de los mayores regalos de mi vida ahora es cuidar de mi madre de noventa y seis años. Estos pequeños actos cotidianos traen momentos de respiro inesperado.
Recuerdo una mañana que le llevé un desayuno sencillo: solo tostadas y té. Ella me miró y sonrió, su rostro se iluminó de gratitud. En ese momento, el merodeador aflojó su agarre. Period algo tan pequeño, pero alimentó la parte de mí que quería vivir.
Tocar sus viejas melodías en mi mandolina Gibson hace lo mismo. Cuando veo su pie dando golpecitos o la escucho tararear, algo se mueve dentro de mí. El cuidado arroja luz sobre los lugares más oscuros de mi corazón. La sencillez de preparar la comida o compartir música me recuerda que el amor y el servicio son más fuertes que la desesperación. Estos actos no borran la sombra, pero aportan equilibrio y me muestran que soy más que mi depresión.
Alimentando la sombra, alimentando la luz
He llegado a ver que a veces alimento mi depresión. No a propósito, sino a través de la preocupación, la ansiedad y la reflexión. Cada vez que encierro en un círculo los mismos miedos, le estoy dando comida al merodeador.
Y luego hay otras ocasiones en las que le doy de comer algo más. Las palabras de la meditación pueden parecer huecas, la historia del lobo puede parecer idealista, pero los actos simples son reales: prepararle el desayuno a mi madre, tocarle una melodía de mandolina, escribir con honestidad o incluso simplemente respirar una vez con firmeza.
Me recuerda la conocida historia de los dos lobos: un abuelo le dijo a su nieto que dentro de cada uno de nosotros hay dos lobos. Uno es feroz y destructivo, lleno de ira, envidia, miedo y desesperación. El otro es pacífico y dador de vida, lleno de compasión, esperanza y amor. El niño preguntó: “¿Cuál ganará? El abuelo respondió: “El que alimentas”.
Para mí ambos lobos son reales. El merodeador y el pacífico conviven. No niego mi depresión. Sé que es parte de mí. Pero también sé que puedo elegir, momento a momento, a cuál alimentaré.
Presencia con la Sombra
El merodeador todavía viene. Sospecho que siempre lo será. Algunos días da vueltas silenciosamente como un buitre. Otros días me insta a acostarme y rendirme. Y a veces, cuando me despierto, siento un pequeño alivio: un recordatorio de que la coexistencia es posible.
Esto es lo que la presencia ha llegado a significar para mí. Presencia no es escapar hacia la luz ni negar la oscuridad. Presencia es permanecer con lo que es: el merodeador, la pesadez, el cuidado, el miedo. Significa respirar con él, descansar con él, incluso dormir con él, sin huir.
Tanto Jung como Buda apuntan en esta dirección. Jung cube que no podemos llegar a ser completos sin hacer consciente la oscuridad. El Buda cube que no podemos ser libres si nos alejamos con aversión. Y he aprendido que no puedo crear ni preocuparme por los demás ni vivir plenamente si me niego a enfrentar al merodeador que hay dentro de mí.
Así que sigo paso a paso. Respiro. Me quedo. Descanso. Yo creo. Le llevo el desayuno a mi madre. Toco sus melodías de mandolina. Le doy de comer al lobo pacífico. Yo convivo. La sombra todavía merodea, pero yo también estoy aquí: más despierta, más humana, más presente.
Acerca de tony collins
Tony Collins, EdD, MFA, es escritor, realizador de documentales y educador cuyo trabajo explora la presencia, la creatividad y el significado en la vida cotidiana. Sus ensayos combinan narración y reflexión al estilo de la no ficción creativa, basándose en experiencias del cine, los viajes y la prestación de cuidados. El es el autor de Beca creativa: repensar la evaluación en cine y nuevos medios Ventanas al mar: escritos recopilados. Puede leer más de sus ensayos y reflexiones sobre su Substack en tonycollins.substack.com.
