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«En cierto sentido, todos somos viajeros en el tiempo que vagamos a través de nuestros recuerdos y regresamos a los lugares donde alguna vez vivimos». ~Vladimir Nabokov
Lo encontré por accidente, una imagen granulada del papel tapiz de mi habitación de la infancia.
Estaba escondido en el fondo borroso de una foto de un viejo álbum acquainted, un detalle que nunca había notado hasta ese día.
Fondo blanco. Pequeños corazones y flores en colores pastel. Un borde de niñas muñecos de trapo con vestidos del coloration de los caramelos de menta y la limonada rosa.
Mi cuerpo se estremeció al reconocerlo.
Fue como encontrar una parte de mí que no recordaba que existiera. No la yo adulta, sino la niña que solía ser antes de una carrera, una hipoteca y el pesado silencio de la responsabilidad adulta.
La atracción del pasado
Cuando period pequeña, el mundo parecía más grande de una manera más suave.
Los colores parecían más brillantes, los objetos más vivos y las cosas más pequeñas (la sensación de mi compañero de peluche favorito en mi mano, el aroma del agua del baño de mi madre) tenían mundos enteros de significado.
Estos no son sólo recuerdos; son anclas sensoriales.
Podría olvidar una conversación de la semana pasada, pero todavía puedo imaginar el tono exacto del vestido verde menta que llevaba mi chica del papel pintado. Todavía puedo sentir la suave hendidura de su contorno impreso, como si el papel tapiz tuviera textura.
Resulta que estos detalles nunca desaparecieron. Simplemente estaban esperando que regresara.
La nostalgia como herramienta de regulación
Hasta hace poco no me di cuenta de que volver a visitar esas anclas sensoriales podría calmar mi sistema nervioso.
Por supuesto, sé que no todo el mundo recuerda la infancia como segura o dulce. Para muchos, esos primeros años conllevaron dolor o miedo. Algunas personas encuentran sus anclas sensoriales en diferentes capítulos de la vida: un primer apartamento, un rincón tranquilo de la biblioteca o un sillón querido en la edad adulta. Vengan de donde vengan, las anclas pueden ser poderosas.
Para mí, la nostalgia no se trata de querer vivir en el pasado. Se trata de encontrar pequeños espacios de seguridad que pueda llevar al presente.
Tocar el suave cabello de un Cabbage Patch Child no solo es lindo, también es conexión a tierra. Ver esos corazones coloration pastel le recuerda a mi cuerpo cómo se sentía alguna vez la paz y, en ese momento, puedo sentirla nuevamente.
Hace unos meses, uno de mis hijos estuvo en el hospital durante una semana. Esos días se confundieron: las máquinas que pitaban, las luces demasiado brillantes, el olor a antiséptico en el aire.
Una tarde, mientras ella dormía a mi lado en esa fría silla de plástico del hospital, hojeé mi teléfono y me topé con una imagen en línea de un juguete que solía tener. Ese único recuerdo abrió una puerta. Busqué otro, y otro. Cada uno me recordó algo más que había amado.
Antes de darme cuenta, estaba compilando mentalmente una lista de juguetes que me gustaría encontrar nuevamente y cómo podría localizarlos.
Ese sentimiento (la oleada de familiaridad, la suave chispa de reconocimiento) fue más que simplemente placentero. Fue regulador. En esos momentos de tranquilidad, sentí una calidez que casi había olvidado.
Cuando despertó y volvieron el ruido y las decisiones, yo llevaba ese calor en mi vientre como una brasa escondida.
La práctica de regresar
Desde entonces, comencé a incorporar estas señales en mi hogar.
Mi estante tiene una alegre línea de juguetes de los años 80 en los colores exactos que recuerdo. Por la noche, el suave resplandor de la lámpara infantil de madera que busqué calienta mi espacio con una luz que transmite seguridad.
Estos toques no son sólo decoración; son parte de mi caja de herramientas emocionales.
Cuando me siento abrumado, salgo a ese rincón, toco los juguetes, respiro lentamente y recuerdo quién period antes de que la vida se volviera tan ruidosa.
Parte de mi colección se encuentra en mi vestidor, escondida solo para mí. Yo elijo cuándo y cómo compartirlo. A veces no lo comparto en absoluto. Esa privacidad se siente importante, como tener una pequeña y sagrada llave que abre una puerta que solo yo debo abrir.
Esta práctica puede parecer diferente para los demás. Un amigo mío creció con una historia completamente diferente. Su infancia estuvo llena de ausencias y estrés, y nunca tuvo los GI Joes que anhelaba. Ahora, ya adulto, los colecciona uno a uno. Para él, esto no es nostalgia sino reparación, una forma de sanar manteniendo finalmente lo que alguna vez sintió fuera de su alcance.
Cómo puedes probarlo
Si desea crear su propia versión de un ritual de retorno, aquí le explicamos cómo comenzar:
1. Identifique sus anclas sensoriales.
Piensa en colores, texturas, aromas o sonidos de tus recuerdos más felices. Si la infancia se siente pesada, mire hacia otros momentos. ¿Qué recuerdas más vívidamente? ¿Un olor a cocina? ¿Una canción favorita? ¿La sensación de una manta muy querida?
2. Encuentre pequeñas formas de recuperarlos.
Esto no tiene por qué significar recolectar artículos grandes y costosos. Podría ser una taza usada, una lista de reproducción de canciones que te encantaban cuando tenías ocho años o un único aroma que te transporta.
3. Úselos intencionalmente.
Coloque estas señales donde las pueda ver o tocar con frecuencia. Incorpóralos a tu rutina matutina o nocturna. Déjalos ser parte de cómo te calmas, no sólo objetos bonitos sino compañeros en tu vida precise.
Por qué es importante
No podemos regresar y no es necesario.
Pero podemos regresar, en pequeñas formas, a los lugares dentro de nosotros donde por primera vez nos sentimos seguros, alegres o completos.
Para algunos, eso significa recuperar la dulzura de la infancia. Para otros, como mi amigo con sus GI Joes, significa reescribir la historia y crear lo que alguna vez faltó. Otros más pueden anclarse en etapas de la vida completamente diferentes.
Lo que importa es el acto de volver a algo estable, algo que ahora nos pertenece.
Cada vez que lo hacemos, llevamos un poco más de esa paz a las vidas que vivimos ahora.
Todavía estoy buscando ese papel tapiz de la infancia: en línea, en tiendas classic, en los rincones de Web donde la gente publica diseños olvidados hace mucho tiempo. La búsqueda trae casi tanta alegría como el hallazgo.
Porque cada vez que busco, no solo busco papel tapiz. Estoy poniendo mi mano en el pomo de la puerta de la memoria. Y cuando esa puerta se abre, me encuentro conmigo mismo.
Acerca de Alicia Farley
Alice Farley es profesora, escritora y madre de dos hijos en Ontario, Canadá. Ella cree que los espacios que creamos, tanto a nuestro alrededor como dentro de nosotros, pueden ser invitaciones a regresar a quienes realmente somos. Su escritura entreteje hilos de nostalgia infantil, regulación emocional y la magia tranquila de la vida cotidiana.
